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15.10.2010


Problemas frecuentes

Depresión en el adulto mayor

Desde 1980 se define a la depresión como un trastorno del estado de ánimo que se basa en criterios preestablecidos aunque esto no siempre se adapta al adulto mayor. La incidencia de esta enfermedad en el anciano varía entre el 2 y el 14% si se consideran a los individuos en la comunidad y a los pacientes hospitalizados. La cifra puede aumentar al 25% si se cuentan a los adultos mayores institucionalizados. La variabilidad en el porcentaje de incidencia responde a que no siempre se utilizan las mismas herramientas para el diagnóstico.

Se presenta como el trastorno afectivo más frecuente en el anciano y es una de las principales causas de consultas médicas, incluso cuando su presencia puede pasar desapercibida. El estado depresivo constituye un verdadero problema de salud con gran impacto a nivel familiar, de las organizaciones asistenciales y la sociedad.

Aunque se trata de una enfermedad muy común hay que entender que no forma parte del envejecimiento normal. El anciano posee sus reservas disminuidas para compensar la clínica depresiva por lo que la expresión de los síntomas será cuanti y cualitativamente diferente a como lo haría un adulto más joven. Este trastorno del humor disminuye la calidad de vida en forma sustancial causando deterioro del funcionamiento orgánico y psico-emocional; hasta puede llegar a la discapacidad.

En los pacientes ancianos son más frecuentes los síntomas depresivos que el propio trastorno. Esos indicios complican el tratamiento de las enfermedades físicas y aumentan el riesgo de presentar nuevas afecciones. De esta manera, el diagnóstico oportuno y el tratamiento adecuado son de suma importancia en el adulto mayor.

La variación de la sintomatología depresiva en este grupo etario dificulta la precisión de diagnóstico y su diferenciación con otros procesos orgánicos. Si a esto se le suma el hecho de que el adulto mayor tiende a una subexpresión de los síntomas afectivos se obtiene una presentación atípica y desajustada a los criterios diagnósticos preestablecidos. Por ende, un alto porcentaje de ancianos con depresión no es tratado.

  • Diversos autores han caracterizado los síntomas y signos como se muestra a continuación:
  • Pérdida o disminución del placer y del interés por las actividades y proyecto de vida. Actos suicidas.
  • Disminución de la energía y presencia de fatiga permanente como también pérdida del apetito y del peso. Trastorno del sueño o acentuación de su patología previa.
  • Quejas somáticas frecuentes e inespecíficas. Síntomas dolorosos.
  • Sentimientos de: desesperanza, abandono, inutilidad e incapacidad. Deterioro de la autoestima. Juicio insuficiente o inadecuado sobre su persona o entorno.
  • Dificultades de adaptación ante nuevas demandas.
  • Ideas de reproche, culpa, suicidio o muerte.
  • Negativismo y obstruccionismo. Abandono en la presentación personal y de costumbres. Aparición de conductas bizarras, desorganizadas, cuadros de agitación o inhibición motora. Hostilidad, apatía, disforia, rechazo y abandono. Dificultades en las relaciones interpersonales.
  • Irritabilidad. Mayor intolerancia a situaciones de frustración o eventos triviales. Agitación y retardo psicomotor. Síntomas ansiosos. Acentuación de rasgos de personalidad conflictivos.
  • Deterioro cognoscitivo con quejas básicas en la capacidad de atención, concentración y memoria. Además, dificultad en los procesos de abstracción, ideación, análisis y crítica. Incapacidad para reformular objetivos y metas vitales. Pérdida o ausencia de un proyecto de vida realizable.
  • No existe una prueba específica para la depresión; el diagnóstico se basa en la entrevista clínica. Con respecto al abordaje, se destaca que las presentaciones cognitiva y somática son las que pasan desapercibidas con frecuencia; existen varios tests de detección que orientan y sirven para su control evolutivo. Asimismo, no hay una clasificación propia de los trastornos depresivos en el anciano; suelen utilizarse los criterios recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS). En toda evaluación clínica de estas características es obligatorio valorar el riesgo suicida. Esto último se reafirma con la alta tasa de suicidios que afecta a ese grupo etario siendo la población masculina la que presenta mayor riesgo ante la viudez reciente o la presencia de múltiples enfermedades que determinan limitación funcional. Aunque el diagnóstico surge de la clínica en ciertas ocasiones hay que recurrir a la dosificación de las hormonas tiroideas, ya que muchas veces los trastornos de esta glándula se pueden manifestar como depresión.

    Los ancianos con depresión deben ser tratados a través de todos los medios posibles durante el tiempo necesario y con las dosis adecuadas. La combinación de psicoterapia y tratamiento farmacológico mejora los resultados. Estos efectos son iguales o superiores cuando se comparan con los obtenidos en los adultos jóvenes. Los fármacos de elección son los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (IRSS) porque son bien tolerados, seguros y eficaces. Dentro de ese grupo se dispone de seis fármacos y la selección está basada en la forma de presentación de la enfermedad. Hay que comenzar con dosis bajas y aumentarlas de manera progresiva como método para evaluar la presencia de efectos colaterales -aunque suelen ser transitorios-. Una vez instaurado el tratamiento es necesario el seguimiento evolutivo. A través de este método se eliminan los efectos indeseados a la vez que se puede valorar la remisión de los síntomas depresivos; ésta comienza a ser francamente evidente a partir de la cuarta semana estando a dosis plena. El tratamiento debe mantenerse entre uno y dos años luego de lograda la remisión completa de la sintomatología. La suspensión hay que hacerla lentamente, programada y en conjunto con el médico tratante. En algunas situaciones, el tratamiento se mantendrá por períodos prolongados de hasta cinco años o, incluso, en forma crónica

    Para prevenir esta enfermedad hay que mantener una vida social activa. SUAT sugiere recurrir a la asistencia profesional ante la sospecha de un cuadro de estas características y así evitar que la depresión llegue a ser crónica. Además, cabe tener en cuenta que la depresión es un factor de riesgo para la instalación de la demencia.

    Dr. Oscar López

    Médico de SUAT

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