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24.09.2020

Consejos médicos

Insuficiencia cardíaca en el adulto mayor durante tiempos de pandemia

Ante la propagación del COVID-19, han resultado minimizadas las afecciones crónicas en cuanto a su diagnóstico y tratamiento. Las enfermedades cardiovasculares y, especialmente, la insuficiencia cardíaca (IC) en este grupo etario necesitan un control periódico para evitar descompensaciones porque suelen afectar a las personas de edad avanzada.

La incidencia de IC es del 1 % en adultos jóvenes, alcanza al 10 % a partir de los 65 años y crece de manera exponencial a partir de esta edad hasta alcanzar tasas superiores al 40 % en octogenarios; ese fenómeno resulta de la combinación del mayor tiempo de exposición a los factores de riesgo. Las causas en los ancianos no difieren significativamente respecto a la de los adultos jóvenes: la más frecuente es la hipertensión arterial (HTA), seguida por la cardiopatía isquémica, y en tercer lugar se encuentra la patología valvular cardíaca.

La discapacidad global, la cual se la define como la pérdida de autonomía para el desarrollo de las actividades de la vida diaria y que es relativamente prevalente en edades avanzadas, consiste en un predictor independiente de riesgo de reingreso y muerte en los ancianos con IC. Asimismo, la presencia de trastornos afectivos -en particular, la depresión-, la institucionalización o el aislamiento social han sido también identificados como factores de riesgo independientes de mala evolución en este tipo de personas. Finalmente, otro problema habitual es la polifarmacia relacionada con el tratamiento habitual de la IC y también con el resto de las comorbilidades.

Diagnóstico y tratamiento

El diagnóstico se basa en una evaluación clínica completa que debe complementarse con exploraciones que proporcionen evidencias objetivas de disfunción cardíaca. En tal sentido, la ecocardiografía proporciona -en forma sencilla, lo suficientemente objetiva y no invasiva- datos estructurales y funcionales del miocardio y de las válvulas cardíacas esenciales para caracterizar el mecanismo fisiopatológico de la IC y planificar el tratamiento más adecuado.

Con la intención de solventar las limitaciones que impone el diagnóstico clínico y también para evitar un uso indiscriminado de la ecocardiografía en todo anciano con disnea y edemas, en la última década nació el screening diagnóstico mediante la determinación de los niveles séricos del péptido natriurético cerebral (BNP) o el fragmento aminoterminal de la molécula precursora del BNP (NT-pro BNP), considerados también como ‘‘evidencia’’ de anomalía estructural cardíaca.

En cuanto al tratamiento farmacológico, se lo debe ajustar a la capacidad funcional del adulto mayor y a algunas variables: deterioro cognitivo, aspectos sociales, y asociación de otras enfermedades. Por consiguiente, es imprescindible efectuar una valoración multidimensional integrada e integradora empleando la Valoración Geriátrica Integral -herramienta útil y validada para la toma de decisiones en este grupo etario-.

Por otro lado, en referencia al tratamiento no farmacológico lo más relevante para los ancianos con IC ha sido la puesta en marcha de los equipos de atención multidisciplinarios, generalmente orientados al control exhaustivo luego del alta hospitalaria cuando acaba de experimentar una descompensación; su efectividad ha quedado demostrada en lo que respecta al control de síntomas, calidad de vida y capacidad de autocuidado. Asimismo, su implementación supone un gran avance porque permite proporcionar un mecanismo continuado y flexible de control del síndrome que se adapta a las necesidades y carencias del afectado.

Es importante tener en cuenta que la insuficiencia cardíaca se comporta como una enfermedad incurable, progresiva y con exacerbaciones cada vez más frecuentes e intensas que acaban por conducir a una situación de ausencia de respuesta al tratamiento y muerte, sin olvidar que además existe un riesgo no despreciable de muerte súbita. Su presencia se vincula a un 50 % de reducción de la expectativa de vida en las personas de 75 o más años; la mortalidad al año del primer ingreso por descompensación oscila entre el 24 y el 32 %, y los reingresos repetidos se asocian en ancianos con tasas altísimas de mortalidad. En la actualidad, este grupo etario es de gran riesgo a raíz de la pandemia por coronavirus, por lo que nunca se deben desestimar las enfermedades cardiovasculares ni la insuficiencia cardíaca y aún menos en los adultos mayores.

Dr. Oscar López
Médico de SUAT

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