Las expresiones accidente o ataque cerebrovascular (ACV), enfermedad cerebrovascular (ECV), apoplejía y la palabra inglesa stroke se emplean para denominar alteraciones cerebrales de variada severidad y tipo, las cuales son secundarias al compromiso de las arterias que irrigan el cerebro.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), las ECV aguda representan la tercera causa de muerte y la primera de discapacidad física, además de ser la segunda de demencia. Tiene relación directa con el envejecimiento poblacional: más del 75 % de las ECV afectan a los mayores de 65 años. Su incidencia es algo superior en el hombre y la evolución suele ser más benigna en la mujer; además, la padecen todos los grupos raciales, con algunas diferencias en la frecuencia de presentación y localización de las lesiones.
Hay dos tipos de trastornos vasculares: isquémicos -representan entre el 80 y el 85 %, y dependen de la obstrucción de las arterias cerebrales- y las hemorragias.
Isquemia cerebral
Ésta induce una cascada de reacciones que concluyen finalmente con la muerte celular, aunque dejan una estrecha ventana de escasas horas con posibilidades de actuar mediante algún tipo de tratamiento agudo buscando reabrir las arterias ocluidas y así rescatar las estructuras involucradas en la penumbra isquémica antes de que el daño celular sea definitivo.
En cuanto a los factores de riesgo, se han identificado varios. Algunos no son modificables -como la edad, el sexo y el origen étnico- pero otros sí lo son; en este último caso, si se les identifica y trata adecuadamente, entonces serán de suma importancia en la prevención de la ECV. Esos factores son los que se mencionan a continuación: hipertensión arterial (HTA), enfermedad cardíaca, fibrilación auricular, dislipemia -colesterol elevado-, diabetes, y el consumo de tabaco y alcohol.
La HTA es el principal factor de riesgo, tanto la presión sistólica -máxima- como la diastólica -mínima- están en fuerte relación con la incidencia de isquemia cerebral; sin embargo, la asociación más importante es con la presión sistólica.
En cuanto a la enfermedad cardíaca, la presencia de hipertrofia ventricular aumenta cuatro veces el riesgo de isquemia cerebral. El infarto de miocardio es un factor de riesgo claro en el período agudo.
La fibrilación auricular es la arritmia de mayor prevalencia en el adulto mayor y se asocia con un elevado riesgo de ECV.
Por otro lado, los niveles altos de colesterol tienen impacto en la incidencia de placas de ateroma en las arterias de los vasos del cuello que son un factor de riesgo para ECV.
En referencia a la diabetes, el riesgo es el doble en las personas que padecen esta enfermedad y aumenta el riesgo si, además, se asocia con hipertensión arterial.
Por último, al tabaco se lo ha vinculado claramente con un incremento de riesgo de ECV, como también sucede ante el consumo abusivo de alcohol.
La presentación brusca de síntomas y/o signos neurológicos focales sugiere el origen vascular. La forma de presentación y, sobre todo, el tiempo transcurrido desde la instalación del evento son datos de suma importancia. Una vez sospechado el diagnóstico, hay que solicitar imágenes cerebrales -ya sea tomografía como resonancia- con el objetivo inicial de descartar la presencia de hemorragia debido a que por lo general las lesiones isquémicas tardan un poco más en hacerse evidentes.
El tiempo de instalación determina la posibilidad de recibir tratamiento de reperfusión a base de fibrinolíticos. El tiempo necesario para recibir este tratamiento es de tres a seis horas desde el inicio de los síntomas.
Hemorragia cerebral
Se trata de una causa de gran discapacidad pero fundamentalmente de elevada mortalidad: es tres veces mayor que la observada en los eventos isquémicos. Los factores de riesgo suelen ser el tabaquismo, el consumo excesivo de alcohol y la hipertensión arterial.
La tomografía computarizada permite diagnosticar rápidamente las hemorragias, además sirve para estimar ubicación, tamaño, extravasación de sangre a los ventrículos, presencia de edema perilesional y/o hidrocefalia. Todos estos factores son de utilidad a fin de poder instrumentar diferentes conductas para el tratamiento en la etapa aguda. En tanto, el tratamiento inicial será para mantener estable a la persona afectada.
Sobre las medidas preventivas, el hecho de evitar un ECV implica el control de los factores de riesgo modificables. Una vez que la persona padece esta enfermedad, el objetivo será impedir que sufra un nuevo evento. En tal sentido, se tendrá que recurrir a modificaciones referidas al estilo de vida: abandono del consumo de tabaco, reducción del peso en las personas con obesidad, moderación del consumo de alcohol, realización de actividad física -individualizada-, reducción de la ingesta de sal e incremento del consumo de frutas y vegetales.
El tratamiento antihipertensivo disminuye el riesgo de nuevos eventos, siendo la reducción de la presión arterial sistólica la que mayores beneficios aporta. Además, la utilización de fármacos hipolipemiantes -como las estatinas- están recomendados para bajar el riesgo de ECV. La utilización de antitrombóticos en base a antiagregantes plaquetarios -ácido acetilsalicílico- o anticoagulantes dependerá de la causa del ECV.
La rehabilitación debe ser precoz e individualizada, prolongada e interdisciplinaria considerando las capacidades funcionales y cognitivas previas a la instalación del ECV.
Dr. Oscar López
Médico de SUAT
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